viernes, 26 de junio de 2009

DE NARVAEZ, JUDIO Y RENEGADO!

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Francisco de Narváez y los enemigos de la Nación

“Hay que saber elegir a los enemigos. De lo contrario, podemos terminar pareciéndonos a ellos”. (J.L. Borges).

Karel Steuer camina arropado por esa fría y adoquinada calle de Praga, al tiempo que una farola alarga aún más la sombra de su figura estilizada, allá por 1938. En una esquina se detiene. No distingue la leyenda pintada sobre uno de los extremos de la fachada del comercio de compraventa de joyas. Se acerca casi deslizándose, dudando, tal vez presagiando con temor de enfrentarse a un anuncio indeseado, y en ese instante siente una extraña sensación de escalofrío que se disemina a lo largo de su carne y huesos: “ACHTUNG JUDEN”. De inmediato interpreta el significado de aquellas palabras, aterrorizantes. La decisión es inapelable. Él, y su familia, deben emigrar donde fuere y cuanto antes. Praga ya no le pertenece. Londres, luego Colombia y, por fin, Argentina, es el periplo que el destino y la vida seleccionaron para Karel Steuer, sus hijos y esposa. Luego, los sucesos ocurridos en Alemania y Austria, durante el 9 y 10 de noviembre de 1938, la Kristallnacht (la noche de los cristales rotos), la guerra y el holocausto, le darían la razón. El joven y exitoso empresario, dueño de la extensa y próspera cadena de tiendas de ramos generales denominados en checo “Te-Ta” en la entonces Europa del este, ni siquiera imagina que uno de sus nietos, Francisco De Narváez, el descendiente dilecto de su hija, nacido en el exilio colombiano, y más de medio siglo después, sería uno de los protagonistas de una extraña contienda electoral, aquí en Argentina, a miles de kilómetros de distancia de su Praga natal, esa ciudad milenaria en la que por su veredas habían transitado y sufrido Kafka, Freud, Einstein, Hitler.

La irrupción y presentación a la sociedad política del empresario Francisco De Narváez, no es ninguna novedad. A ella se han incorporado, con más o menos éxito, desde deportistas, sindicalistas, financistas, intelectuales, y hasta artistas. Su espectro es tan amplio que no se verifican restricciones de clase, oficio, origen, raza, religión o alguna otra clasificación que los sociólogos, con la versación que los caracteriza, están acostumbrados a ilustrarnos. Por ello, el protagónico de esta editorial ya enunciado al comienzo no ofrecería nada original, nada por comentar, sino fuere por su posición radicalizada sobre uno de las tópicos que él considera como una de las claves de su campaña electoral: la seguridad.

El notable incremento de los índices de frecuencia y gravedad de la criminalidad (en particular los delitos contra la propiedad y las personas), de dudosa fuente y propalada con extraordinaria amplitud de espíritu y sordidez por los medios de comunicación de masas, ha generado, indudablemente, un sostenido grado de inestabilidad emocional en el pueblo. La censura permanente de las teorías “garantistas”, inducidas por determinados sectores de opinión y políticos, y que atribuyen al gobierno nacional como uno de los sustentos de su posición ideológica, convergen en el imaginario popular como el factor primordial de la virulencia delictiva detectada en la emergencia. Desde luego, entonces, los grupos opositores no han dejado escapar esta oportunidad para intentar convencer al electorado de la urgente necesidad de suprimir los postulados en que se basa, y de esta forma utilizarla en sus campañas proselitistas para incorporarse a la inmanencia de las relaciones del poder, aunque fuera parcialmente, mediante la captación del voto de ciertos sectores del pueblo.

El vocablo “garantista”, que con tanta frecuencia es invocado por los adversarios del gobierno nacional para fundamentar a la inseguridad como uno de los factores de la desarticulación social y la desgracia del país, permite identificarlo como el primer analogado del delito. Pareciera que el dilema universal del “crimen y castigo”, que ha quitado el descanso a filósofos, juristas e intelectuales durante siglos, se resuelve simplemente con la supresión de la normativa reglamentaria sobre las garantías individuales de ciudadanos incorporada a nuestra constitución y tratados internacionales, y que constituyen la conquista más extraordinaria del derecho liberal moderno. Claro está que tal eliminación implica su reemplazo o modificación del sistema jurídico-represivo vigente por otro que permita responder adecuadamente al clamor del pueblo ante el palmario avance del repertorio de infracciones penales. De allí a un régimen punitivo autoritario no hay casi distancia, y que se lo rotula bajo el escalofriante nombre de “derecho penal del enemigo”.

Esta expresión, propuesta por Von Liszt, en su célebre “Programa de Marburgo, en 1882, quien en función de las categorías de delincuentes propuesta por Ferri, justifica el ejercicio de la potestad punitiva estatal como una guerra a la criminalidad y a los criminales. Aquí, entonces, se absolutiza el valor seguridad en desmedro de las garantías constitucionales, dando lugar al nuevo Derecho Penal autoritario propio de un Estado policial. El propio Von Liszt define a los destinatarios de su aterrorizante tesis: “Se trata de un miembro, pero del más importante y peligroso, en esa cadena de fenómenos sociales patológicos que acostumbramos a llamar con el nombre global de proletariado. Mendigos y vagabundos, prostituidos de ambos sexos y alcohólicos, estafadores, degenerados psíquicos y físicos. Todos ellos forman un ejército de enemigos básicos del orden social, en el que los delincuentes habituales constituyen su Estado mayor”. Medio siglo después, en la Alemania nazi y como era de esperar, el régimen diseñado por Von Liszt, se convirtió en Derecho vigente con la ley sobre el delincuente habitual del 29 de noviembre de 1933, que las introdujo en su Código Penal. Judíos, negros, gitanos, homosexuales, criminales y alguna otra minoría de excluídos o desplazados que nunca están demás, fueron considerados “extraños a la comunidad” por los nacionalsocialistas y recluidos por tiempo indeterminado en campos de concentración y guetos, y posteriormente exterminados por inanición, cámaras de gas, y otras formas de eliminación que por decoro y prudencia prefiero omitirlas para evitar inestabilizar al lector (si es que existe alguno).

La contradicción es uno de los males que aquejan a los humanos. En particular, la divergencia entre las conductas y los deseos aparece en la dimensión psíquica en un puesto de preeminencia, y por ende la más nociva. Pero también la contradicción entre la historia familiar e individual y las ideas no es menos ruinosa. Y en esta última ha sucumbido Francisco De Narváez, lamentablemente. En su profusa dialéctica electoralista, él insiste una y otra vez y en forma obsesiva que la lucha contra la delincuencia debe rediseñarse y reubicarla como una de las plataformas básicas de cualquier gobierno, para de esta manera lograr la paz social. Considera, a la par, que en el combate contra el crimen no pueden concederse treguas, calificando bajo la denominación de “enemigos” a quienes alteran el orden social mediante infracciones a la legislación penal, sin concesión de justificaciones o excusas absolutorias. Aquí pone sobre la mesa de discusión el binomio “ciudadanos/criminales”, ambos en las antípodas y que el Estado, ejerciendo el poder de policía y jurisdiccional, tiene la obligación y el deber de resolverlo, como fuere. La calificación de quienes delinquen bajo la etiqueta de enemigos del Estado, la supresión de los derechos individuales (en especial el principio de inocencia hasta se demuestre lo contrario), el desmantelamiento de las premisas “garantistas”, que propone sin pudor alguno Francisco De Narváez, no son sino la reproducción posmoderna de las teorías de Von Liszt, antes señaladas. Se trata, entonces, de absolutizar el valor seguridad por sobre las garantías constitucionales, conformando un Estado autoritario y policial análogo al instaurado en Alemania a partir de la década del 30.

Pareciera que De Narváez ha borrado de su historia el exilio familiar, el holocausto de millones de su grupo de pertenencia, los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau o Lublin-Majdanek o Treblinka, el gueto Varsovia. Este maravilloso poder de olvido, deleteando así su memoria, y los extraños enlaces que pudieren derivarse, puede categorizarse bajo la llamada “identificación con el enemigo”, perteneciente al universo del psicoanálisis. Extraño y complejo caso, pues es difícil imaginar que una persona de origen judío defienda idénticos postulados de quienes incendiaron vivos a sus pares, y generaron su éxodo y diáspora en casi todo el planeta, por no mencionar las demás atrocidades en que incurrieron. Sin embargo, nada de ello afecta a De Narváez. Y digo que nada lo afecta porque su discurso no aparece torturado sino más bien complacido, desplegando permanentemente la necesidad de una reforma integral del sistema de excarcelaciones vigente, el aumento significativo de penas privativas de libertad, el cumplimiento íntegro de condenas sin posibilidad de la libertad condicional, y la aplicación irrestricta de reclusiones por tiempo indeterminado para los “criminales” reincidentes. Bajo la irrefutable consigna de que los delincuentes detenidos (ya no importa si están encausados o condenados o si se quiere si son inocentes o culpables) no pueden cometer nuevos ilícitos durante el lapso de la privación de libertad, propone elípticamente el desplazamiento de garantías federales, e instaura así una desgraciada forma de penas anticipadas a los “enemigos” de la Nación. Sin duda, entonces, una catástrofe ha convulsionado el microcosmos de De Narváez, quien dominado por el triunfo de las tinieblas por sobre la luz, no concede espacios mínimos de redención. Paralizado, vuelve y revuelve sobre el mismo tema, hasta convertirse en una verdadera obsesión.

Primo Levi, uno de los autores que mejor ha escrito sobre el holocausto (shoá), y unos de los pocos sobrevivientes de Auschwitz, dijo que es un error pensar que las víctimas del nacionalsocialismo deben santificarse; por el contrario, se degradaron y terminaron pareciéndose a ellos. Tal conclusión, sorprendente por su contenido y alcances, le cabe aquí a Francisco De Narváez, quien sosteniendo posiciones autoritarias que devastaron a su pueblo de origen y sangre, se despoja de su historial y biografía personal para así agremiarse a la ideología de sus verdaderos enemigos. Se degradó y se terminó pareciendo a ellos.

3 comentarios:

  1. Guillermo De Simone29 de junio de 2009, 14:56

    Coincido con lo que De Narváez debe aprender derecho antes de hablar. Ahora bien... todo es excusa para hablar del holocausto?

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  2. El Holocausto no es un pretexto para hablar. Es un hecho imborrable de la historia judía que no debe soslayarse, so pena de repertirlo

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  3. viva el pueblo de israel
    viva el ejercito de israel
    viva el estado de israel

    judio y sionista , Que más puedo pedirle a dios?

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