domingo, 12 de abril de 2009

Otro gran invento argentino -

Fernando Straface
Para LA NACION Domingo 12 de abril de 2009 | Publicado en edición impresa

Las democracias presidencialistas se diferencian de los sistemas parlamentarios por una característica central: en las primeras los poderes Ejecutivo y Legislativo ejercen funciones distintas y cada uno cuenta con una legitimidad electiva propia. El concepto de "separación de poderes" formulado por el barón de Montesquieu hacia mediados del siglo XVIII sintetiza este rasgo medular de los sistemas presidenciales en sus formas puras. Por el contrario, bajo el modelo parlamentario el Ejecutivo deriva su legitimidad de la conformación de la Asamblea Legislativa (el primer ministro inglés y su gabinete son al mismo tiempo miembros del Parlamento) y ambos poderes funcionan fusionados. Walter Bagehot, un intelectual inglés que amplió las fronteras del semanario The Economist un siglo más tarde que Montesquieu, generalizó el término "fusión de poderes" para diferenciar el funcionamiento parlamentario del presidencialista. Montesquieu y Bagehot tendrían la oportunidad de enriquecer sus modelos de gobierno si fueran testigos de la Argentina de hoy. Asistimos a un experimento institucional único en su tipo, en el mundo. Las llamadas "candidaturas testimoniales" de quienes ocupan cargos ejecutivos para plebiscitar su gestión y luego renunciar al cargo legislativo para volver a ocupar el ejecutivo. Hay cuatro argumentos principales para, cuanto menos, poner en duda la legitimidad de esta estrategia. El primero se relaciona con la enunciación de la voluntad de plebiscitar la gestión, al poner al frente de la lista al titular del ejecutivo provincial o local. Esa manifestación, además de no ser técnicamente correcta en un escenario de mandatos fijos, conlleva un elemento de inestabilidad latente para cada gobierno que busca "plebiscitarse". En los sistemas parlamentarios, la no obtención de un voto de confianza dispara la formación de un nuevo gobierno. ¿Qué debería ocurrir con aquellos gobiernos que pierden la contienda electoral con el titular del ejecutivo al tope de la boleta? Nada, pero cada elección de medio término no debería presentarse a la sociedad como una apuesta total de la legitimidad de un gobierno. El segundo argumento se vincula con el descrédito manifiesto de la separación de poderes por parte de quienes plantean su voluntad de transitar de un poder a otro y luego renunciar al cargo, al creer que las bancas legislativas son sólo un estacionamiento temporario para renovar la legitimidad electiva menguada. La política necesita un Congreso nacional y legislaturas fuertes, con legisladores profesionales que tengan una vocación de carrera legislativa de largo alcance.



12.04.0911:02 El comentario Nº14 a este artículo, de mi autoría que aceptó La nación dice:
# El Sr. Straface postula "La política necesita un Congreso nacional y legislaturas fuertes, con legisladores profesionales que tengan una vocación de carrera legislativa de largo alcance." y le falta decir que así se crea un parlamento corporativo, de auto-ayuda, cerrado a las innovaciones y al recambio. Podría también decir que se convertiría en un cenáculo de provectos que pondrían precio a cada ley con más descaro y menos moral que la que vemos hoy. Cómo podría la ciudadanía joven participar en política si unos pocos cientos de diputados y senadores se adueñarían del poder legislativo profesionalizado por personas que ejerzan su poder en una carrera de largo alcance? La raíz de la democracia está en el recambio generacional permanente, y en la rotación de los elegidos por el dictamen de la ciudadanía en comicios periódicos. Esta frase del Sr Straface permite poner en duda su vocación democrática.
El tercer argumento da cuenta de la manifiesta debilidad de los partidos frente a una democracia de personas que, como actores de moda, los convocan y asisten a todos los programas. El camino de la personalización extrema de la política sólo lleva a una mayor deslegitimidad de las organizaciones partidarias como vectores de la representación política. Las democracias maduras requieren partidos institucionalizados, y no hay nada más lejos de esto que un solo candidato para todos los puestos. El último argumento está relacionado con el primero. Si realmente los gobiernos quieren poner a prueba los resultados de su gestión o "el modelo", una opción viable y legítima sería ubicar a los principales ministros al frente de las listas. Nada mejor que el titular de una cartera para personificar una política específica. Los ministros son fusibles y no cuentan con un mandato popular. Su presencia al frente de las listas daría cuenta de un gobierno que busca una opinión popular de medio término sobre las orientaciones de su gestión. Como el dulce de leche, las "candidaturas testimoniales" en sistemas de gobierno que se asemejan al presidencialismo son también un gran invento argentino. Montesquieu y Bagehot, agradecidos.

Director de Política y Gestión de Gobierno del Cippec


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